Una “segunda oportunidad de vida”

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Y la tan ansiada “segunda oportunidad de vivir” llegó de nuevo

Todos los 19 de mayo celebro mi nuevo nacimiento y el hecho de estar viva.

Como les narraba en el anterior post nunca, nunca perdí la esperanza de conseguir un donante y realizarme otro trasplante renal.

Mientras sentía que mis sueños, emociones, metas y vida pasaban a un segundo o tercer plano, mientras literalmente sobrevivía, mientras recorría ese túnel oscuro, de pronto se prendió una luz.

Por un momento sentí que mi lucha por vivir por fin tuvo un resultado positivo, sentí que en todo esto no estuve sola, de alguna manera sentí la presencia de Dios en mí.

El sábado 19 de mayo de 2007 yo había acudido (como todos los sábados) a mi sesión de diálisis.

Esa mañana me sentí bien, “normal”, no hubo malestares ni hechos desagradables…

Salí de allí y me dirigí a mi casa con el propósito de descansar un rato, aunque estaba cerca de la hora del almuerzo, cosa rara, no sentí hambre. Llegué a mi habitación y me disponía a ver TV acostada.

En ese momento sonó mi teléfono celular, la llamada provenía de la enfermera coordinadora de trasplantes en el Hospital Miguel Pérez Carreño, su voz emocionada me dijo: “Déborah ya tenemos tu riñoncito, ¿estás lista? ¿cómo te sientes?…” No sabía que responderle, le pregunté que si estaba segura, que yo precisamente me acababa de dializar, que mis condiciones por consiguiente eran óptimas para recibir el trasplante… Me dijo: “apúrate vente para el hospital lo más pronto que puedas”… “Otra vez tengo la oportunidad de mejorar mi calidad de vida, esta vez sí me irá bien” me dije.

Yo estaba sola en mi casa, así que pude gritar, saltar, llorar, al máximo. Muchas emociones encontradas e indescriptibles: llamé a mamá, a mi hijo, a mi novio, a mi hermana, les pedí el favor de que me trasladaran…

Me bañé, preparé un maletín con todo lo necesario, busqué mi carpeta con todos los exámenes médicos realizados… “Típico que se me quedará algo” pensé.

Llegué casi tres horas después, el tránsito ese día estaba pesado aunque era sábado.

Me estaban esperando, me realizaron los exámenes de laboratorio pertinentes, me prepararon para quirófano, pero antes debía realizarme una placa de rayos X.

Increíble: se fue la luz en el hospital, sólo funcionaba la planta de energía alterna, especialmente para los quirófanos… No me podían intervenir si no me realizaba la bendita placa… El tiempo seguía pasando…

Pero llegó el Doctor Benchimol, uno de los cirujanos de trasplante quien ya me había realizado una operación de vesícula, y me conocía desde hace varios años. “A esta paciente la conozco yo, vamos a llevarla a quirófano de una vez”.

El tiempo entre la entrada al quirófano y el final de la intervención quirúrgica fue nulo, imperceptible, se diluyó en el tiempo…

De repente estaba en una habitación, escuchaba voces. Entre dormida y despierta me sentía full extraña, diferente, adormecida, desorientada, la barriga como hinchada, no sentía dolor, sólo una profunda confusión…

Suero, full antibióticos y medicinas inmunosupresoras.

Nada de comer por un par de días…

De repente me di cuenta que en la sonda que tenía conectada: ¡había pipí! Tenía 3 años sin orinar, era maravilloso y milagroso ver ese líquido. “Los milagros existen” reflexioné.

trasplante-riñón 1

Así fueron transcurriendo mis días en el hospital, tuve algunas complicaciones que no creo necesario detallar, en total estuve un mes hospitalizada.

Primero: una sensación de alegría inmensa. Después un sentimiento lejano de miedo, inseguridad e incertidumbre que se iban disipando. “Tengo que cuidarme. Este riñón debe funcionar por el resto de mi vida”.

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